Cuando pisé por primera vez ese césped hermoso, cargado de boñiga de caballo y con un pasado de deporte de estatus como el polo, mi alma se llenó de espíritu deportivo y mi ser se sintió en el Teatro de los Sueños, en el Olímpico de Roma o en la Casa Blanca de Madrid.
Al principio todo se veía como un cuento de hadas, hasta que ocurrió lo que pasa en todo cuento, la aparición de la bruja malvada. Me disponía a alquilar un balón en un pequeño cuarto, ni siquiera es del estatus de una tienda Adidas o Nike, no nada de eso, sólo es un simple recinto con balones para ninguno y restringidos para todos. Me disponía a alquilar un balón en el pequeño cuarto, cuando la señora, muy carismática por supuesto, me explica que el joven de los balones no está, que se encuentra de viaje por los Estados Unidos y que ya no trabaja más para la universidad, he ahí donde nace mi pregunta ¿Será que esta haciendo un posgrado en entrega de balones para que lo acepten? O ¿Será que se encuentra en un congreso de famosos “entregadores de balones” con conferencistas como Guardiola o Mourinho?, en realidad no lo sé, lo único que me interesa es jugar un rato. La señora, carismática por supuesto, me dice que no es “apta” para entregar los balones y que están buscando al reemplazo del joven saliente para que se encargue de esta “durísima” labor.
Con el paso de los días, las clases en el Campus se estaban volviendo un calvario: por una parte, el aburrimiento carcomía a los estudiantes y, por el otro, las vacías razones que daba la señora, carismática por supuesto, al momento de excusarse por los balones. De nada sirve haber construido una sede alterna al claustro, con intencionalidad de ser recreativa y de esparcimiento si se les está negando a los estudiantes lo más valioso de esta sede, el deporte.
Salía de clase y me dirigía al mismo lugar de siempre, para recibir las mismas palabras: “Estamos en el proceso de encontrar el nuevo asistente”, “No se preocupen, en menos de 2.000 millones de años vendrá el sustituto”, exaltado por la monotonía de las conversaciones, salgo y me dispongo a iniciar una revolución, algo así como un movimiento anti-sistema, en contra de estos indiferentes personajes, pero como todas las veces, los hechos se quedan en palabras.
Cualquier ingrato no puede ocuparse de esta labor, parece que aspirantes al cargo necesitan un amplio historial de estudio para poder ser dignos de este “honorifico” puesto. Las veces que he ido en busca de diversión, he notado que las acciones que realiza el individuo encargado son de alto riesgo y de alta accidentalidad, pues al momento de hacer firmar la planilla pueden ser heridos por la peligrosa punta del bolígrafo o peor aún, caerse de su imponente silla al momento de ir por un balón. Es por eso que creo que esta labor no es tan fácil como se cree, pues el aspirante necesita conocimientos profundos en primeros auxilios y un doctorado en evasión de bolígrafos.
He ahí donde nacen mis preguntas para determinar quién es el más óptimo para esta labor, ¿Será mejor un físico cuántico? o ¿Será mejor un bombero?
Juan Sebastían Hernández